sábado, 7 de enero de 2017

Los tres cerditos



En el bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.


El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
 

El mayor trabajaba en su casa de ladrillo. 


- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.


El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.


El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron corriendo de allí.


Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.


Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. 


Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.


Martí, M. (2011). Los tres cerditos. España: Combel Editorial



La ratita presumida



En un bonito pueblo había una casita que tenía fama por ser la más limpia y reluciente. En ella, vivía una simpática ratita que era muy, pero que muy presumida.

Un día, mientras barría la puerta de su casa, la Ratita vio algo en el suelo:

-¡Qué suerte, si es una moneda de oro! Me compraré una cinta de seda para hacerme un lazo. Entonces se fue a la mercería del pueblo y se compró el lazo más bonito.

-Tra, lará, larita, limpio mi casita, tra, lará, larita, limpio mi casita! cantaba la Ratita, mientras salía a la puerta para que todos la vieran.

- Buenos días, Ratita dijo el señor Burro. Todos los días paso por aquí, pero nunca me había fijado en lo guapa que eres.

- Gracias, señor Burro dijo la Ratita poniendo voz muy coqueta.

- Dime, Ratita, ¿te quieres casar conmigo?

- Tal vez – respondió la ratita -. Pero ¿cómo harás por las noches?

-¡Hiooo, hiooo! bufó el burro soltando su mejor rebuzno.

Y la Ratita contestó:

-¡Contigo no me puedo casar, porque con ese ruido me despertarás!

Se fue el Burro bastante disgustado, cuando, al pasar, dijo el señor Perro:

-¿Cómo es que hasta hoy no me había dado cuenta de que eres tan requetebonita?. Dime, Ratita ¿te quieres casar conmigo?

- Tal vez, pero antes dime: ¿cómo harás por las noches?

-¡Guauuu, guauuu.

-¡Contigo no me puedo casar, porque con ese ruido me despertarás!

Mientras, un Ratoncito que vivía cerca de su casa y que estaba enamorado de ella veía lo que pasaba. Se acercó y dijo:

-¡Buenos días, vecina!

-¡Ah!, eres tú! dijo sin hacerle caso.

-Todos los días estás preciosa, Pero hoy más.

-Muy amable, pero no puedo hablar contigo porque estoy muy ocupada.

Después de un rato pasó el señor Gato y dijo:

-Buenos días, Ratita, ¿sabes que eres la joven más bonita? ¿Te quieres casar conmigo?

-Tal vez dijo la Ratita-, pero ¿cómo harás por las noches?

-¡Miauuu, miauuu! contestó con un dulce maullido.

-¡Contigo me quiero casar, pues con ese maullido me acariciarás!

El día antes de la boda, el señor Gato invitó a la Ratita a comer unas cuantas golosinas al campo, pero mientras preparaba el fuego la Ratita miró en la cesta para sacar la comida, y…

-¡Qué raro!, sólo hay un tenedor, un cuchillo y una servilleta; pero ¿dónde está la comida?

- ¡La comida eres tú! dijo el Gato, y enseñó sus colmillos.

Cuando iba a comerse a la Ratita, apareció el Ratoncito, que, como no se fiaba del Gato, los había seguido hasta allí. Entonces, cogió un palo de la fogata y se lo puso en la cola para que saliera corriendo.

-Ratita, Ratita, eres la más bonita – le dijo el Ratoncito muy nervioso. ¿Te quieres casar conmigo?

- Tal vez, pero ¿cómo harás por las noches?

- Por las noches dijo él-, dormir y callar.

- Entonces, contigo me quiero casar.

Poco después se casaron y fueron muy felices.


López, J. (2002). La ratita presumida. Pontevedra, España: Kalandraka Editorial

 












La farola Lucerita



Las farolas trabajan por la noche y duermen por el día. Cierran sus ojos cuando llega el sol y duermen durante horas. Por la noche, cuando comienza a oscurecer, los ojos de las farolas se encienden para iluminar las calles.

Así es su vida y a todas ellas les gusta vivir así: de noche, en calles vacías, con todos los niños y niñas de la ciudad durmiendo y la Luna en lo más alto del cielo.

A todas les gustaba, menos a una: la farola Lucerita. Vivía en un  parque y la llamaban la farola dormilona porque se pasaba toda la noche durmiendo. Y por el día, cuando nadie necesita su luz, está encendida y brillante.

Sus amigas se pasaban el día riéndose de ella.

- ¡Cómo sigas así, los niños y niñas que vienen al parque van a pensar que estás estropeada!

- ¿No te das cuenta de que tienes que estar encendida por la noche y apagada durante el día?

-   La gente necesita tu luz para ver en la oscuridad Lucerita.

La farola Lucerita sabía que sus amigas tenían razón, pero no podía evitar cerrar los ojos al anochecer. A ella le gusta estar despierta de día, cuando los niños corretean por el parque y los pájaros cantan alegres. Pero a sus amigas no les había contado que a ella lo que realmente le pasaba era que le daba miedo la Luna.

-  Pero es que… la noche es oscura… el Sol desaparece… y viene la Luna.

-  ¡Pero si la Luna es preciosa! 

-    ¡No! ¡La Luna es una ladrona porque roba todas las luces de la ciudad! ¡Por eso brilla tanto! Y… seguro que si me quedo despierta, también robará mi luz y no podré despertarme nunca más.

-  Lucerita, pero nosotras estamos despiertas todas las noches y nunca nos ha robado nuestra luz. Quédate esta noche despierta con nosotras y te darás cuenta de que la Luna no es ninguna ladrona. 

-   Y si crees que te va a robar la luz, no te preocupes porque cada una de nosotras te daremos un poquito de la nuestra para que no te quedes apagada para siempre.


Esa misma noche, Lucerita permaneció con sus dos ojos luminosos abiertos. Era la primera vez que se quedaba despierta y le sorprendió el sonido de los grillos entre los arbustos, que la Luna brillaba por sí sola, pero sobre todo de la belleza y la bondad de la Luna.

A la mañana siguiente estaba tan cansada después de haberse quedado despierta toda la noche, que no le quedó más remedio que dormir y dormir. Hasta que llegó la oscuridad y sus ojos se abrieron para iluminar la noche porque ya no le tenía miedo a la Luna. Y así, día tras día, noche tras noche, nadie volvió a llamar a Lucerita la farola dormilona.