sábado, 7 de enero de 2017

La farola Lucerita



Las farolas trabajan por la noche y duermen por el día. Cierran sus ojos cuando llega el sol y duermen durante horas. Por la noche, cuando comienza a oscurecer, los ojos de las farolas se encienden para iluminar las calles.

Así es su vida y a todas ellas les gusta vivir así: de noche, en calles vacías, con todos los niños y niñas de la ciudad durmiendo y la Luna en lo más alto del cielo.

A todas les gustaba, menos a una: la farola Lucerita. Vivía en un  parque y la llamaban la farola dormilona porque se pasaba toda la noche durmiendo. Y por el día, cuando nadie necesita su luz, está encendida y brillante.

Sus amigas se pasaban el día riéndose de ella.

- ¡Cómo sigas así, los niños y niñas que vienen al parque van a pensar que estás estropeada!

- ¿No te das cuenta de que tienes que estar encendida por la noche y apagada durante el día?

-   La gente necesita tu luz para ver en la oscuridad Lucerita.

La farola Lucerita sabía que sus amigas tenían razón, pero no podía evitar cerrar los ojos al anochecer. A ella le gusta estar despierta de día, cuando los niños corretean por el parque y los pájaros cantan alegres. Pero a sus amigas no les había contado que a ella lo que realmente le pasaba era que le daba miedo la Luna.

-  Pero es que… la noche es oscura… el Sol desaparece… y viene la Luna.

-  ¡Pero si la Luna es preciosa! 

-    ¡No! ¡La Luna es una ladrona porque roba todas las luces de la ciudad! ¡Por eso brilla tanto! Y… seguro que si me quedo despierta, también robará mi luz y no podré despertarme nunca más.

-  Lucerita, pero nosotras estamos despiertas todas las noches y nunca nos ha robado nuestra luz. Quédate esta noche despierta con nosotras y te darás cuenta de que la Luna no es ninguna ladrona. 

-   Y si crees que te va a robar la luz, no te preocupes porque cada una de nosotras te daremos un poquito de la nuestra para que no te quedes apagada para siempre.


Esa misma noche, Lucerita permaneció con sus dos ojos luminosos abiertos. Era la primera vez que se quedaba despierta y le sorprendió el sonido de los grillos entre los arbustos, que la Luna brillaba por sí sola, pero sobre todo de la belleza y la bondad de la Luna.

A la mañana siguiente estaba tan cansada después de haberse quedado despierta toda la noche, que no le quedó más remedio que dormir y dormir. Hasta que llegó la oscuridad y sus ojos se abrieron para iluminar la noche porque ya no le tenía miedo a la Luna. Y así, día tras día, noche tras noche, nadie volvió a llamar a Lucerita la farola dormilona.









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