Érase una vez, en una gran ciudad
vivía una niña llamada Carola en una pequeña casita. A la niña la llamaban
Caperucita Roja, ya que casi siempre llevaba un viejo chaquetón de color rojo
como el tomate.
Un día, su madre le dijo que, ya que
su abuela acababa de salir del hospital, le llevara un ramo de rosas, unos
bombones y un poco de dinero para poder comer.
Antes de salir de casa, la madre le
dijo a Caperucita que no hablara con ningún desconocido y que tuviera cuidado
con los coches. La niña asintió y colocó las cosas en una pequeña mochila.
Salió de casa toda contenta, cuando se
paró a atarse un cordón de su bota, que estaba desabrochado. Al subir la
cabeza, se encontró con un hombre calvo, grande y con unas largas barbas.
El hombre le dijo hola a Carola, y
ella, toda confiada, le dijo: -Hola, ¿quién es usted?-. Hablaron durante unos
minutos y el señor le dijo que si quería que la llevaría en coche a donde
quisiera ir. Caperucita contestó que no, porque iba a casa de su abuelita
a las afueras de la ciudad.
Cometió un grave error al decir eso...
Sin decir nada, el hombre cogió su
coche y se dirigió rápidamente donde había nombrado la niña. Al llamar al
timbre solo tuvo que decir: -Soy Carola-, para que la inocente abuela le
abriera.
Enseguida, al darse cuenta de que no
era su nieta, la abuelita se desmayó.
Aquel hombre se enfurruñó mucho, ya
que ahora no le podría decir dónde guardaba su dinero.
Él comenzó a buscar por aquel humilde
pisito, pero no encontró nada. Entonces pensó en amenazar a Caperucita Roja
cuando llegara.
Al cabo de un rato, sonó el timbre.
Era Carola. El hombre cogió el telefonillo del portero automático y dijo con
voz distorsionada: -pasa hija, ¡pasa!
La niña enseguida se presentó allí, y
lo primero que vio fue a su abuelita tirada en el suelo. Se asustó muchísimo.
Entonces salió el hombre y le dijo a Caperucita Roja:
- O me dices donde está el
dinero o te secuestraré...
- ¡Ahh! No, por favor... Creo que está
en el cajón del tocador.
- ¡Más te vale que sea así!
El ladrón miró y allí solo había
monedas sueltas.
-Muuuuy bien Carola, aun así… ¡Te
llevare conmigo para que no digas nada!
-¡Ag, no, ahh, nooo!
Mientras, por la calle, pasaba un
obrero que escuchó los gritos de Caperucita. Subió las escaleras a toda prisa,
tiró la puerta del piso y allí vio a la abuela inconsciente y a Carola agarrada
por el hombre. El obrero fue tan rápido, tan rápido, que saco la pala que
llevaba en la bolsa de trabajo y le dio un golpe que le dejo inconsciente al
ladrón y acto seguido, llamó a la policía que llegó enseguida.
La abuelita se despertó y se puso muy
contenta de ver que Caperucita estaba bien, la dio un beso y todo quedo en un
simple susto.
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